Encuentro una dicha especial
en el hecho de hallarme rodeado de perros. Ya de por sí es asombroso que dos
animales de especies tan distintas (ellos descubren el mundo principalmente a
través de su olfato) puedan entenderse mutuamente aunque sea un poco y hasta
sentir aprecio el uno por el otro. No me parece que ese entendimiento pueda ser
reducido a las ventajas que uno obtenga del otro (alimento, compañía...): por
sí solo es un encuentro lo bastante dichoso.
He escuchado la idea de que
ellos nos perciben como a perros enormes y, por supuesto, algo excéntricos. Yo
creo que ellos también nos saben distintos. Aquella afirmación es tan
inverosímil como la de que nosotros los percibimos como humanos pequeños y
peludos. Las claras diferencias entre mis perros y yo son la principal
condición de la alegría que irradia nuestro encuentro: yo me alegro de tener un
lugar en su mundo canino, y seguramente ellos se alegran de participar en mi
mundo de humano. Lo que ocurre es que tanto ellos como nosotros intentamos
comunicarnos haciendo uso del único lenguaje del que originariamente disponemos:
ellos con el de los perros y nosotros con el nuestro. Pero incluso cuando no
logramos entendernos, lo maravilloso es que unos y otros lo intentamos. Tal
esfuerzo es la base de lo que suele haber entre perros y hombres: no una mera
explotación de los unos por los otros, mero aprovechamiento de las ventajas que
uno puede ofrecerle al otro, sino una auténtica convivencia, esto es, una vida
en común. Los perros no sólo nos acompañan, como las vacas o los caballos, sino
que viven con nosotros. Lo cual pone de manifiesto que aquél esfuerzo también
tiene sus éxitos, que de un modo u otro logramos entendernos, que nosotros
aprendemos un poco de su lenguaje y ellos un poco del nuestro. Y eso es casi
tan endemoniadamente extraño y admirable como si lográramos contactar a los
habitantes de otro planeta.
Un perro, claro está, no es
como un amigo humano, pero es un amigo perro. Quiero decir que ellos nos
brindan su amistad de la manera en que sólo ellos pueden hacerlo. Se me dirá
que estoy antropomorfizando... pero eso sólo significa que estoy hablando con,
insisto, el único lenguaje que poseo. Y, sin embargo, no confundo una amistad
humana con una perruna. Pero aunque mi amigo perro me entienda de manera
distinta, en ambos casos hay ciertos deberes para con el otro que nutrirán la
amistad: ser amable, respetuoso y sincero. Yo no creo que uno tenga derecho a
esperar algo más de sus amigos, sino que el resto es donación, obsequio, y en
eso radica su valor (no es, por tanto, un valor comercial, no es un intercambio
condicionado). Y justo en ello se deja ver que en efecto se trata de una
amistad correspondida, pues no ha habido un momento en que alguno de mis perros
no fuera, a su manera, amable, respetuoso y sincero conmigo. Y, por si fuera
poco, también me obsequian otras cosas: quieren que juegue con ellos, pasear
conmigo, cuidarme incluso. Lo quieren, en efecto, tal y como yo quiero
alimentarlos, darles refugio, entretenerlos. Y así como yo quiero eso, no para
que me cuiden, por ejemplo, sino por que me agrada verlos sanos y alegres,
estoy seguro de que ellos quieren acompañarme, no meramente para obtener
comida, sino porque a su modo también les agrada verme bien.
Por último, así como uno puede
sentirse orgulloso de los libros que ha leído, ¿no debería poder estarlo también
de las amistades perrunas que haya logrado entablar?